LILIANA MIZRAHI
Yo tenía 17 años
Estaba en el último año del secundario y cursaba el ingreso
a la facultad de Filosofía y Letras, carrera de Psicología. Cursaba todas las
noches en el Nacional Buenos Aires.
Era una adolescente ingenua. No me acuerdo qué síntoma tenía
pero mi madre consideró necesario que vaya a ver a su propio ginecólogo, médico
de suma confianza, de mucho prestigio y un señor muy serio, por eso según ella,
podía ir sola y no era necesario acompañarme. Me mandó y fui. Yo no tenía ni
idea de qué se trataba. Era mi primera vez con un ginecólogo.
El señor ginecólogo se alegró mucho de verme sola. ¿Solita?
─me dijo─ y sonrió paternalmente. Supuestamente parecía interesado en mí.
Comenzó a preguntarme muchas cosas y otras que no venían al caso, pero para él
sí, por ejemplo: ¿sos virgen? ¿tenés novio? ¿él te toca? ¿hasta dónde…? y cosas
por el estilo que yo no sabía si debía contestar o no. Mi madre no me había
dicho nada de nada y menos de esas preguntas. Yo, en ese momento era una adolescente
muy inmadura. No era la que soy hoy. Era una nena inteligente, obediente,
sumisa y bloqueada. Creía en todos, menos en mí.
Me sentía tonta.
El señor doctor me pidió que me desnudara. Yo le dije que
era friolenta, me dijo que sólo la parte de abajo. Él sonrió complaciente y
paternal. Yo era una chica tonta. Me acosté en la camilla ginecológica, él me
ayudó, todo era muy paternal y a mí me parecía verdadero, yo tenía que creer,
¿cómo no iba a creer? Creer y obedecer.
A partir de estar en la camilla con las piernas abiertas por
primera vez así, comenzaron las caricias para relajarme, así las llamó él, en realidad
eran muchos toqueteos, manoseo frenético y otros gestos ambiguos que me
confundían bastante y que a él lo debían excitar. Estaba paralizada de miedo.
Nunca me habían revisado así. Era la primera vez y yo sin saber qué hacer. No
me atrevía ni a respirar.
Me dejaba hacer. Tenía que creer.
Lo mío no era
sospechar, era confiar, no iba yo tremenda tonta, a desconfiar de un profesor
de máxima confianza y prestigio, para mi mamá y mis tías.
Me refregó bastante con alguna crema antes de colocarme el
espéculo. Yo incómoda me la aguantaba. Siempre sobreadaptada y obediente.
Y una vez con el especulo de metal adentro, comenzó a refregarme
los genitales para excitarme, me dijo así el espéculo me iba a doler menos
porque me iba a relajar, eso decía el bastardo.
Yo estaba cada vez más tensa, más confusa y paralizada.
Desgraciado médico, pienso ahora. Me tocó todo lo que quiso, dándome explicaciones
médicas, técnicas de por qué lo hacía. Yo cada vez más confusa, más incómoda,
más sola sin saber qué hacer con mis ganas de huir.
Me extrajo flujo de la vagina e hizo unos frotis o
extendidos que me mostraba.
Yo con el espéculo, mientras él cada tanto seguía
manoseándome para que me relaje decía. Por fin, me sacó el maldito aparato. Y
me mandó a vestir.
Me pidió que ahora me
sacara la parte arriba. Me sentó frente a un microscopio para que yo viera mis
propios extendidos vaginales coloreados, mientras él me tocaba
las tetas y me explicaba acerca de los ciclos monofásicos,
que no entendí porque me erizaba la forma en que me manoseaba. Y yo quieta,
inmóvil, paralizada.
Tenía 17 años, cursaba Introducción a la Historia con el profesor Arocena
y estábamos leyendo Marc Bloch.
Quiero huir
… de ese consultorio, de ese médico, de esa sala llena de
mujeres esperando.
Cuando al fin vestida, el profesor-doctor-Hijo de
Putaginecólogo ya daba por terminada la visita, me invitó a que volviera al día
siguiente… me dijo que él iba a estar solo y entonces podría estudiarme con más
tiempo. Me pidió por favor que fuera, que la investigación sobre mis (falsas)
enfermedades iba muy bien. Me dijo
que al día siguiente me esperaría sin falta.
Estaríamos solos y tiempo. Yo sin palabras, sin decir nada,
me fui. Tan confudida estaba que dudé si tendría que volver o no. No me daba
cuenta de qué se trataba, no entendía, me costaba darme cuenta. Me costaba
creer que lo que había vivido era cierto. Me costaba creer. Estaba aturdida.
En la clase de historia no pude entender nada.
Al día siguiente no fui. No tenía con quién consultar, mi
madre estaba en Mar del Plata. No fui. Tuve miedo. Qué suerte.
Cuando mi mamá volvió se lo conté llorando, y no me creyó
nada, me dijo: “¡seguro que estás inventando!” que todo era mi imaginación.
Me retó y me dijo que
ella siempre me repetía que no inventara tanto, que al final mi imaginación me
iba a hacer mal, como ahora. “¡Siempre estás imaginando algo! ¡Al final te vas
a enfermar con tus propios inventos!”
Mi mamá desmintió mi versión y me quiso hacer creer que lo
que había pasado no había pasado, yo lo había imaginado todo, y yo sabía que
no.
Me dijo que no lo contara a nadie y de ninguna manera porque
era un médico excelente y con mucho nombre y que me olvidara de una buena vez
de todos esos inventos. No pasó nada, sentenció.
Nunca legitimó mi relato ni pudo sospechar del mèdico, pero
sí de mí.
Yo siempre supe que sí, algo había pasado. No sabía cómo se
llamaba lo que había vivido, era horrible. Sabía que estaba sola con esto.
No se lo podía contar a nadie. Se llama abuso. Ahora lo sé.
Abuso ginecológico.
Nunca lo pude olvidar, nunca. Olvidé el nombre del canalla,
la calle.
Médico abusador, pero podría llegar hasta la puerta
perfectamente.
El edificio está a una cuadra de Callao.
Hoy escribo esto, con el corazón latiendo a mil.
¿Para qué decirlo
ahora?
Para alentar y alertar a otras mujeres, porque a muchas ya
nos pasó
y sigue pasando lo mismo. Porque también es un problema
social mujeres libres
Y para incluir en un programa de educación sexual.
Entonces lo escribo para que las niñas, jóvenes y mujeres,
sepan que este tipo de abuso ginecológico existe y mucho más. Para que estén
atentas, para que el miedo no las paralice como a mí, para que sepan que no son
ellas las que están haciendo algo indebido sino los otros, para que no teman
levantar la voz para decir y denunciar,
para que no se dejen hacer cosas que no les gusten o las
lastimen, para que sepan que a veces las propias madres se equivocan y no quieren
ver lo obvio. Muchas veces no es bueno obedecer. Y… para no ir solas.
¿Para qué más escribo
esto?
Para decir que la ginecología y la obstetricia, son
especialidades donde se cometen abusos, atroccidades, ablaciones, mutilaciones
y perversiones de todos los tipos con las mujeres.
En otras especialidades también, pero Ginecología parece el
terreno ideal para el
“retorno de lo reprimido”, el feudo del patriarcado, donde
la misoginia, el machismo o el paternalismo se dan un banquete a costa nuestra.
¡Mami por fin lo dije!
Que lo sepan todos, qué me importa.
Mami, desde el cielo ¿me escuchás? No te enojes.
¡Por fin lo dije! ¿viste que era cierto? ¿me creés ahora?
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