viernes, 27 de julio de 2012

El Yasí - Yateré de Sara Amores


--Mamáaaaa,  mamáaaaaa! La Ramona me tira el pelo cuando me peina y me hace doler.
--Te tengo dicho Ramona, que las niñas tienen el cabello delicado y que tenés que tener cuidado. Ellas no tienen crenchas duras como las tuyas.
--Mamáaaaaa, la Ramona me frota fuerte cuando me lava los pies!
--Ramona, ¿cuántas veces tengo que decirte que las niñas tienen la piel muy fina? No son como vos, que tenés como una costra de tanto andar pgnandí (descalza)
¡Cuán distinta se había imaginado Ramona que sería su vida! Nunca pensó que podrían existir niñas tan malcriadas.
Recordó aquel día, hace dos años, cuando ella tenía doce, que se presentó en su rancho una pareja muy caté (elegante) que le ofreció a sus padres llevársela para "criarla".
Al comienzo Ramona no entendía muy bien qué era eso de criarla. Ella, criada ya estaba. Si no que lo digan sus hermanitos a quienes cuidaba. Pero con el tiempo fue entendiendo lo que significaba.
La vamos a criar como a nuestras propias hijas, habían dicho los señores tan distinguidos. ¡Todo fue tan diferente! Ramona esto, Ramona aquello, se quejaban las niñas e invariablemente la madre la culpaba, sin preguntar siquiera qué había pasado.
Nunca una palabra de agradecimiento, todo estaba mal, a pesar de los esfuerzos que hacía para complacer a las caprichosas "niñas” y a su madre. Sabía que estaba mal, pero había llegado a odiarlas.
El único que la trataba bien y que tenía para con ella alguna palabra cariñosa, era el patrón. Quien además destacaba cuánto había crecido desde que estaba con ellos. Es que por una vez en su vida come como la gente, decía la patrona.
Ramona pensaba si era para eso, para ser "criada" que la habían llevado. A veces la patrona, cuando se refería a ella, decía "nuestra criada". Y la verdad es que había crecido y su cuerpo de niña se había transformado desde que estaba con la familia. Se miraba al espejo y se encontraba linda. A pesar de que la Sra. despreciaba sus crenchas duras, ella veía que tenía un hermoso pelo lacio, renegrido y brillante. Aunque hubiera preferido tenerlo de color maíz, como el de las insoportables niñas y su amable padre. Lo que no entendía era porqué la patrona lo criticaba tanto si lo tenía parecido.
Transcurrían los días en esa mezcla de quejas y  reproches de las tres mujeres. Pero Ramona había encontrado un momento para ella sola, desligada de las inaguantables "niñas" y su madre. Era el momento de la siesta. Las "niñas" debían dormir, aunque no quisieran, amenazadas con el Yasí-Yateré, el Sr. de la siesta, que rapta a los niños desobedientes y enamora a las jovencitas que se atreven a salir en ese horario.
Nunca lo había visto, pero había escuchado tantas veces su descripción  que era como si lo hubiera visto: una persona rubia y barbuda, muy hermoso, que lleva un bastón dorado que brilla y encandila con el sol de la siesta y que cubre su cabeza con un sombrero de paja.
Ramona aprovechaba la hora de la siesta para ir hasta el maizal, tenderse sobre el colchón que forman las chalas, arrullada por el sonido de las hojas al moverse levemente con la suave brisa y mirar, hasta adormecerse, el juego de luces que produce el sol al iluminar las mazorcas meciéndose.
Al comienzo tenía cierto temor, pero luego se fue disipando y hasta deseó que el Yasí apareciera, así ocurriría algo diferente en su monótona existencia.
Así reflexionaba cuando lo vio, tal como lo describían, con su bello rostro, que muy bien no alcanzaba a distinguir, encandilada por el sol o quizás por su bastón de oro. Con sus cabellos y su barba color maíz, quitándose el sombrero y acercándose cada vez más. Sintió que sus manos la tomaban con suavidad y firmeza, que la acariciaban, mientras emitía el silbido estremecedor que le habían contado. Intentó escapar, pero comenzó a sentir extrañas y agradables sensaciones en todo su cuerpo, su corazón latía tan rápido como cuando bailaba la galopa, mientras él la apretaba cada vez con mayor fuerza. El maizal todo comenzó a girar alrededor, las mazorcas danzaban formando extrañas figuras, la brisa suave se había transformado en un aire abrasador, Ramona respiraba jadeante y se abandonó, ya sin resistencia, a las caricias del Yasí.

(*) Médica psicoterapeuta de niños y familia. Docente de postgrado. Autora de varios libros. Miembro Grupo Familia AAPPG

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