domingo, 29 de julio de 2012

La Soledad y la Desolación, por Marcela Lagarde


·                                 Nos han enseñado a tener miedo a la libertad; miedo a tomar decisiones, miedo a la soledad. El miedo a la soledad es un gran impedimento en la construcción de la autonomía, porque desde muy pequeñas y toda la vida se nos ha formado en el sentimiento de orfandad; porque se nos ha hecho profundamente dependientes de los demás y se nos ha hecho sentir que la soledad es negativa, alrededor de la cual hay toda clase de mitos. Esta construcción se refuerza con expresiones como las siguientes “¿Te vas a quedar solita?”, “¿Por qué tan solitas muchachas?”, hasta cuando vamos muchas mujeres juntas.

La construcción de la relación entre los géneros tiene muchas implicaciones y una de ellas es que las mujeres no estamos hechas para estar solas de los hombres, sino que el sosiego de las mujeres depende de la presencia de los hombres, aún cuando sea como recuerdo.

Esa capacidad construida en las mujeres de crearnos fetiches, guardando recuerdos materiales de los hombres para no sentirnos solas, es parte de lo que tiene que desmontarse. Una clave para hacer este proceso es diferenciar entre soledad y desolación. Estar desoladas es el resultado de sentir una pérdida irreparable. Y en el caso de muchas mujeres, la desolación sobreviene cada vez que nos quedamos solas, cuando alguien no llegó, o cuando llegó más tarde. Podemos sentir la desolación a cada instante.

Otro componente de la desolación y que es parte de la cultura de género de las mujeres es la educación fantástica par la esperanza. A la desolación la acompaña la esperanza: la esperanza de encontrar a alguien que nos quite el sentimiento de desolación.

La soledad puede definirse como el tiempo, el espacio, el estado donde no hay otros que actúan como intermediarios con nosotras mismas. La soledad es un espacio necesario para ejercer los derechos autónomos de la persona y para tener experiencias en las que no participan de manera directa otras personas.

Para enfrentar el miedo a la soledad tenemos que reparar la desolación en las mujeres y la única reparación posible es poner nuestro yo en el centro y convertir la soledad en un estado de bienestar de la persona.

Para construir la autonomía necesitamos soledad y requerimos eliminar en la práctica concreta, los múltiples mecanismos que tenemos las mujeres para no estar solas. Demanda mucha disciplina no salir corriendo a ver a la amiga en el momento que nos quedamos solas. La necesidad de contacto personal en estado de dependencia vital es una necesidad de apego. En el caso de las mujeres, para establecer una conexión de fusión con los otros, necesitamos entrar en contacto real, material, simbólico, visual, auditivo o de cualquier otro tipo.

La autonomía pasa por cortar esos cordones umbilicales y para lograrlo se requiere desarrollar la disciplina de no levantar el teléfono cuando se tiene angustia, miedo o una gran alegría porque no se sabe qué hacer con esos sentimientos, porque nos han enseñado que vivir la alegría es contársela a alguien, antes que gozarla. Para las mujeres, el placer existe sólo cuando es compartido porque el yo no legitima la experiencia; porque el yo no existe.

Es por todo esto que necesitamos hacer un conjunto de cambios prácticos en la vida cotidiana. Construimos autonomía cuando dejamos de mantener vínculos de fusión con los otros; cuando la soledad es ese espacio donde pueden pasarnos cosas tan interesantes que nos ponen a pensar. Pensar en soledad es una actividad intelectual distinta que pensar frente a otros.

Uno de los procesos más interesantes del pensamiento es hacer conexiones; conectar lo fragmentario y esto no es posible hacerlo si no es en soledad.

Otra cosa que se hace en soledad y que funda la modernidad, es dudar. Cuando pensamos frente a los otros el pensamiento está comprometido con la defensa de nuestras ideas, cuando lo hacemos en soledad, podemos dudar.

Si no dudamos no podemos ser autónomas porque lo que tenemos es pensamiento dogmático. Para ser autónomas necesitamos desarrollar pensamiento crítico, abierto, flexible, en movimiento, que no aspira a construir verdades y esto significa hacer una revolución intelectual en las mujeres.

No hay autonomía sin revolucionar la manera de pensar y el contenido de los pensamientos. Si nos quedamos solas únicamente para pensar en los otros, haremos lo que sabemos hacer muy bien: evocar, rememorar, entrar en estados de nostalgia. El gran cineasta soviético Andrei Tarkovski, en su película “Nostalgia” habla del dolor de lo perdido, de lo pasado, aquello que ya no se tiene.

Las mujeres somos expertas en nostalgia y como parte de la cultura romántica se vuelve un atributo del género de las mujeres.

El recordar es una experiencia de la vida, el problema es cuando en soledad usamos ese espacio para traer a los otros a nuestro presente, a nuestro centro, nostálgicamente. Se trata entonces de hacer de la soledad un espacio de desarrollo del pensamiento propio, de la afectividad, del erotismo y sexualidad propias.

En la subjetividad de las mujeres, la omnipotencia, la impotencia y el miedo actúan como diques que impiden desarrollar la autonomía, subjetiva y prácticamente.

La autonomía requiere convertir la soledad en un estado placentero, de goce, de creatividad, con posiblidad de pensamiento, de duda, de meditación, de reflexión. Se trata de hacer de la soledad un espacio donde es posible romper el diálogo subjetivo interior con los otros y en el que realizamos fantasías de autonomía, de protagonismo pero de una gran dependencia y donde se dice todo lo que no se hace en la realidad, porque es un diálogo discursivo.

Necesitamos romper ese diálogo interior porque se vuelve sustitutivo de la acción ; porque es una fuga donde no hay realización vicaria de la persona porque lo que hace en la fantasía no lo hace en la práctica, y la persona queda contenta pensando que ya resolvió todo, pero no tiene los recursos reales, ni los desarrolla para salir de la vida subjetiva intrapsíquica al mundo de las relaciones sociales, que es donde se vive la autonomía.

Tenemos que deshacer el monólogo interior. Tenemos que dejar de funcionar con fantasías del tipo: “le digo, me dice, le hago”. Se trata más bien de pensar “aquí estoy, qué pienso, qué quiero, hacia dónde, cómo, cuándo y por qué” que son preguntas vitales de la existencia.

La soledad es un recurso metodológico imprescindible para construir la autonomía. Sin soledad no sólo nos quedaremos en la precocidad sino que no desarrollamos las habilidades del yo. La soledad puede ser vivida como metodología, como proceso de vida. Tener momentos temporales de soledad en la vida cotidiana, momentos de aislamiento en relación con otras personas es fundamental. y se requiere disciplina para aislarse sistemáticamente en un proceso de búsqueda del estado de soledad.

Mirada como un estado del ser –la soledad ontológica– la soledad es un hecho presente en nuestra vida desde que nacemos. En el hecho de nacer hay un proceso de autonomía que al mismo tiempo, de inmediato se constituye en un proceso de dependencia. Es posible comprender entonces, que la construcción de género en la mujeres anula algo que al nacer es parte del proceso de vivir.

Al crecer en dependencia, por ese proceso de orfandad que se construye en las mujeres, se nos crea una necesidad irremediable de apego a los otros.

El trato social en la vida cotidiana de las mujeres está construido para impedir la soledad. 

viernes, 27 de julio de 2012

El Yasí - Yateré de Sara Amores


--Mamáaaaa,  mamáaaaaa! La Ramona me tira el pelo cuando me peina y me hace doler.
--Te tengo dicho Ramona, que las niñas tienen el cabello delicado y que tenés que tener cuidado. Ellas no tienen crenchas duras como las tuyas.
--Mamáaaaaa, la Ramona me frota fuerte cuando me lava los pies!
--Ramona, ¿cuántas veces tengo que decirte que las niñas tienen la piel muy fina? No son como vos, que tenés como una costra de tanto andar pgnandí (descalza)
¡Cuán distinta se había imaginado Ramona que sería su vida! Nunca pensó que podrían existir niñas tan malcriadas.
Recordó aquel día, hace dos años, cuando ella tenía doce, que se presentó en su rancho una pareja muy caté (elegante) que le ofreció a sus padres llevársela para "criarla".
Al comienzo Ramona no entendía muy bien qué era eso de criarla. Ella, criada ya estaba. Si no que lo digan sus hermanitos a quienes cuidaba. Pero con el tiempo fue entendiendo lo que significaba.
La vamos a criar como a nuestras propias hijas, habían dicho los señores tan distinguidos. ¡Todo fue tan diferente! Ramona esto, Ramona aquello, se quejaban las niñas e invariablemente la madre la culpaba, sin preguntar siquiera qué había pasado.
Nunca una palabra de agradecimiento, todo estaba mal, a pesar de los esfuerzos que hacía para complacer a las caprichosas "niñas” y a su madre. Sabía que estaba mal, pero había llegado a odiarlas.
El único que la trataba bien y que tenía para con ella alguna palabra cariñosa, era el patrón. Quien además destacaba cuánto había crecido desde que estaba con ellos. Es que por una vez en su vida come como la gente, decía la patrona.
Ramona pensaba si era para eso, para ser "criada" que la habían llevado. A veces la patrona, cuando se refería a ella, decía "nuestra criada". Y la verdad es que había crecido y su cuerpo de niña se había transformado desde que estaba con la familia. Se miraba al espejo y se encontraba linda. A pesar de que la Sra. despreciaba sus crenchas duras, ella veía que tenía un hermoso pelo lacio, renegrido y brillante. Aunque hubiera preferido tenerlo de color maíz, como el de las insoportables niñas y su amable padre. Lo que no entendía era porqué la patrona lo criticaba tanto si lo tenía parecido.
Transcurrían los días en esa mezcla de quejas y  reproches de las tres mujeres. Pero Ramona había encontrado un momento para ella sola, desligada de las inaguantables "niñas" y su madre. Era el momento de la siesta. Las "niñas" debían dormir, aunque no quisieran, amenazadas con el Yasí-Yateré, el Sr. de la siesta, que rapta a los niños desobedientes y enamora a las jovencitas que se atreven a salir en ese horario.
Nunca lo había visto, pero había escuchado tantas veces su descripción  que era como si lo hubiera visto: una persona rubia y barbuda, muy hermoso, que lleva un bastón dorado que brilla y encandila con el sol de la siesta y que cubre su cabeza con un sombrero de paja.
Ramona aprovechaba la hora de la siesta para ir hasta el maizal, tenderse sobre el colchón que forman las chalas, arrullada por el sonido de las hojas al moverse levemente con la suave brisa y mirar, hasta adormecerse, el juego de luces que produce el sol al iluminar las mazorcas meciéndose.
Al comienzo tenía cierto temor, pero luego se fue disipando y hasta deseó que el Yasí apareciera, así ocurriría algo diferente en su monótona existencia.
Así reflexionaba cuando lo vio, tal como lo describían, con su bello rostro, que muy bien no alcanzaba a distinguir, encandilada por el sol o quizás por su bastón de oro. Con sus cabellos y su barba color maíz, quitándose el sombrero y acercándose cada vez más. Sintió que sus manos la tomaban con suavidad y firmeza, que la acariciaban, mientras emitía el silbido estremecedor que le habían contado. Intentó escapar, pero comenzó a sentir extrañas y agradables sensaciones en todo su cuerpo, su corazón latía tan rápido como cuando bailaba la galopa, mientras él la apretaba cada vez con mayor fuerza. El maizal todo comenzó a girar alrededor, las mazorcas danzaban formando extrañas figuras, la brisa suave se había transformado en un aire abrasador, Ramona respiraba jadeante y se abandonó, ya sin resistencia, a las caricias del Yasí.

(*) Médica psicoterapeuta de niños y familia. Docente de postgrado. Autora de varios libros. Miembro Grupo Familia AAPPG

miércoles, 4 de julio de 2012

MUJERES LIBRES Y CRÍMENES SOCIALES LILIANA MIZRAHI


MUJERES LIBRES Y  CRÍMENES SOCIALES
LILIANA  MIZRAHI

Yo tenía 17 años
Estaba en el último año del secundario y cursaba el ingreso a la facultad de Filosofía y Letras, carrera de Psicología. Cursaba todas las noches en el Nacional Buenos Aires.
Era una adolescente ingenua. No me acuerdo qué síntoma tenía pero mi madre consideró necesario que vaya a ver a su propio ginecólogo, médico de suma confianza, de mucho prestigio y un señor muy serio, por eso según ella, podía ir sola y no era necesario acompañarme. Me mandó y fui. Yo no tenía ni idea de qué se trataba. Era mi primera vez con un ginecólogo.
El señor ginecólogo se alegró mucho de verme sola. ¿Solita? ─me dijo─ y sonrió paternalmente. Supuestamente parecía interesado en mí. Comenzó a preguntarme muchas cosas y otras que no venían al caso, pero para él sí, por ejemplo: ¿sos virgen? ¿tenés novio? ¿él te toca? ¿hasta dónde…? y cosas por el estilo que yo no sabía si debía contestar o no. Mi madre no me había dicho nada de nada y menos de esas preguntas. Yo, en ese momento era una adolescente muy inmadura. No era la que soy hoy. Era una nena inteligente, obediente, sumisa y bloqueada. Creía en todos, menos en mí.
Me sentía tonta.
El señor doctor me pidió que me desnudara. Yo le dije que era friolenta, me dijo que sólo la parte de abajo. Él sonrió complaciente y paternal. Yo era una chica tonta. Me acosté en la camilla ginecológica, él me ayudó, todo era muy paternal y a mí me parecía verdadero, yo tenía que creer, ¿cómo no iba a creer?  Creer y obedecer.
A partir de estar en la camilla con las piernas abiertas por primera vez así, comenzaron las caricias para relajarme, así las llamó él, en realidad eran muchos toqueteos, manoseo frenético y otros gestos ambiguos que me confundían bastante y que a él lo debían excitar. Estaba paralizada de miedo. Nunca me habían revisado así. Era la primera vez y yo sin saber qué hacer. No me atrevía ni a respirar.
Me dejaba hacer. Tenía que creer.
 Lo mío no era sospechar, era confiar, no iba yo tremenda tonta, a desconfiar de un profesor de máxima confianza y prestigio, para mi mamá y mis tías.
Me refregó bastante con alguna crema antes de colocarme el espéculo. Yo incómoda me la aguantaba. Siempre sobreadaptada y obediente.
Y una vez con el especulo de metal adentro, comenzó a refregarme los genitales para excitarme, me dijo así el espéculo me iba a doler menos porque me iba a relajar, eso decía el bastardo.
Yo estaba cada vez más tensa, más confusa y paralizada. Desgraciado médico, pienso ahora. Me tocó todo lo que quiso, dándome explicaciones médicas, técnicas de por qué lo hacía. Yo cada vez más confusa, más incómoda, más sola sin saber qué hacer con mis ganas de huir.
Me extrajo flujo de la vagina e hizo unos frotis o extendidos que me mostraba.
Yo con el espéculo, mientras él cada tanto seguía manoseándome para que me relaje decía. Por fin, me sacó el maldito aparato. Y me mandó a vestir.
 Me pidió que ahora me sacara la parte arriba. Me sentó frente a un microscopio para que yo viera mis propios extendidos vaginales coloreados, mientras él me tocaba
las tetas y me explicaba acerca de los ciclos monofásicos, que no entendí porque me erizaba la forma en que me manoseaba. Y yo quieta, inmóvil, paralizada.
Tenía 17 años, cursaba Introducción a la Historia con el profesor Arocena y estábamos leyendo Marc Bloch.
Quiero huir
… de ese consultorio, de ese médico, de esa sala llena de mujeres esperando.
Cuando al fin vestida, el profesor-doctor-Hijo de Putaginecólogo ya daba por terminada la visita, me invitó a que volviera al día siguiente… me dijo que él iba a estar solo y entonces podría estudiarme con más tiempo. Me pidió por favor que fuera, que la investigación sobre mis (falsas) enfermedades iba muy bien. Me dijo
que al día siguiente me esperaría sin falta.
Estaríamos solos y tiempo. Yo sin palabras, sin decir nada, me fui. Tan confudida estaba que dudé si tendría que volver o no. No me daba cuenta de qué se trataba, no entendía, me costaba darme cuenta. Me costaba creer que lo que había vivido era cierto. Me costaba creer. Estaba aturdida.
En la clase de historia no pude entender nada.
Al día siguiente no fui. No tenía con quién consultar, mi madre estaba en Mar del Plata. No fui. Tuve miedo. Qué suerte.
Cuando mi mamá volvió se lo conté llorando, y no me creyó nada, me dijo: “¡seguro que estás inventando!” que todo era mi imaginación.
 Me retó y me dijo que ella siempre me repetía que no inventara tanto, que al final mi imaginación me iba a hacer mal, como ahora. “¡Siempre estás imaginando algo! ¡Al final te vas a enfermar con tus propios inventos!”
Mi mamá desmintió mi versión y me quiso hacer creer que lo que había pasado no había pasado, yo lo había imaginado todo, y yo sabía que no.
Me dijo que no lo contara a nadie y de ninguna manera porque era un médico excelente y con mucho nombre y que me olvidara de una buena vez de todos esos inventos. No pasó nada, sentenció.
Nunca legitimó mi relato ni pudo sospechar del mèdico, pero sí de mí.
Yo siempre supe que sí, algo había pasado. No sabía cómo se llamaba lo que había vivido, era horrible. Sabía que estaba sola con esto.
No se lo podía contar a nadie. Se llama abuso. Ahora lo sé. Abuso ginecológico.
Nunca lo pude olvidar, nunca. Olvidé el nombre del canalla, la calle.
Médico abusador, pero podría llegar hasta la puerta perfectamente.
El edificio está a una cuadra de Callao.
Hoy escribo esto, con el corazón latiendo a mil.
¿Para qué decirlo ahora?
Para alentar y alertar a otras mujeres, porque a muchas ya nos pasó
y sigue pasando lo mismo. Porque también es un problema social mujeres libres
Y para incluir en un programa de educación sexual.
Entonces lo escribo para que las niñas, jóvenes y mujeres, sepan que este tipo de abuso ginecológico existe y mucho más. Para que estén atentas, para que el miedo no las paralice como a mí, para que sepan que no son ellas las que están haciendo algo indebido sino los otros, para que no teman levantar la voz para decir y denunciar,
para que no se dejen hacer cosas que no les gusten o las lastimen, para que sepan que a veces las propias madres se equivocan y no quieren ver lo obvio. Muchas veces no es bueno obedecer. Y… para no ir solas.
¿Para qué más escribo esto?
Para decir que la ginecología y la obstetricia, son especialidades donde se cometen abusos, atroccidades, ablaciones, mutilaciones y perversiones de todos los tipos con las mujeres.
En otras especialidades también, pero Ginecología parece el terreno ideal para el
“retorno de lo reprimido”, el feudo del patriarcado, donde la misoginia, el machismo o el paternalismo se dan un banquete a costa nuestra.
¡Mami por fin lo dije!
Que lo sepan todos, qué me importa.
Mami, desde el cielo ¿me escuchás? No te enojes.
¡Por fin lo dije! ¿viste que era cierto? ¿me creés ahora?