domingo, 29 de julio de 2012
viernes, 27 de julio de 2012
El Yasí - Yateré de Sara Amores
--Mamáaaaa, mamáaaaaa!
La Ramona me
tira el pelo cuando me peina y me hace doler.
--Te tengo dicho Ramona, que las niñas tienen el cabello delicado y que tenés que tener cuidado. Ellas no tienen crenchas duras como las tuyas.
--Mamáaaaaa,la Ramona me frota fuerte
cuando me lava los pies!
--Ramona, ¿cuántas veces tengo que decirte que las niñas tienen la piel muy fina? No son como vos, que tenés como una costra de tanto andar pgnandí (descalza)
¡Cuán distinta se había imaginado Ramona que sería su vida! Nunca pensó que podrían existir niñas tan malcriadas.
Recordó aquel día, hace dos años, cuando ella tenía doce, que se presentó en su rancho una pareja muy caté (elegante) que le ofreció a sus padres llevársela para "criarla".
Al comienzo Ramona no entendía muy bien qué era eso de criarla. Ella, criada ya estaba. Si no que lo digan sus hermanitos a quienes cuidaba. Pero con el tiempo fue entendiendo lo que significaba.
La vamos a criar como a nuestras propias hijas, habían dicho los señores tan distinguidos. ¡Todo fue tan diferente! Ramona esto, Ramona aquello, se quejaban las niñas e invariablemente la madre la culpaba, sin preguntar siquiera qué había pasado.
Nunca una palabra de agradecimiento, todo estaba mal, a pesar de los esfuerzos que hacía para complacer a las caprichosas "niñas” y a su madre. Sabía que estaba mal, pero había llegado a odiarlas.
El único que la trataba bien y que tenía para con ella alguna palabra cariñosa, era el patrón. Quien además destacaba cuánto había crecido desde que estaba con ellos. Es que por una vez en su vida come como la gente, decía la patrona.
Ramona pensaba si era para eso, para ser "criada" que la habían llevado. A veces la patrona, cuando se refería a ella, decía "nuestra criada". Y la verdad es que había crecido y su cuerpo de niña se había transformado desde que estaba con la familia. Se miraba al espejo y se encontraba linda. A pesar de quela Sra. despreciaba sus crenchas
duras, ella veía que tenía un hermoso pelo lacio, renegrido y brillante. Aunque
hubiera preferido tenerlo de color maíz, como el de las insoportables niñas y
su amable padre. Lo que no entendía era porqué la patrona lo criticaba tanto si
lo tenía parecido.
Transcurrían los días en esa mezcla de quejas y reproches de las tres mujeres. Pero Ramona había encontrado un momento para ella sola, desligada de las inaguantables "niñas" y su madre. Era el momento de la siesta. Las "niñas" debían dormir, aunque no quisieran, amenazadas con el Yasí-Yateré, el Sr. de la siesta, que rapta a los niños desobedientes y enamora a las jovencitas que se atreven a salir en ese horario.
Nunca lo había visto, pero había escuchado tantas veces su descripción que era como si lo hubiera visto: una persona rubia y barbuda, muy hermoso, que lleva un bastón dorado que brilla y encandila con el sol de la siesta y que cubre su cabeza con un sombrero de paja.
Ramona aprovechaba la hora de la siesta para ir hasta el maizal, tenderse sobre el colchón que forman las chalas, arrullada por el sonido de las hojas al moverse levemente con la suave brisa y mirar, hasta adormecerse, el juego de luces que produce el sol al iluminar las mazorcas meciéndose.
Al comienzo tenía cierto temor, pero luego se fue disipando y hasta deseó que el Yasí apareciera, así ocurriría algo diferente en su monótona existencia.
Así reflexionaba cuando lo vio, tal como lo describían, con su bello rostro, que muy bien no alcanzaba a distinguir, encandilada por el sol o quizás por su bastón de oro. Con sus cabellos y su barba color maíz, quitándose el sombrero y acercándose cada vez más. Sintió que sus manos la tomaban con suavidad y firmeza, que la acariciaban, mientras emitía el silbido estremecedor que le habían contado. Intentó escapar, pero comenzó a sentir extrañas y agradables sensaciones en todo su cuerpo, su corazón latía tan rápido como cuando bailaba la galopa, mientras él la apretaba cada vez con mayor fuerza. El maizal todo comenzó a girar alrededor, las mazorcas danzaban formando extrañas figuras, la brisa suave se había transformado en un aire abrasador, Ramona respiraba jadeante y se abandonó, ya sin resistencia, a las caricias del Yasí.
(*) Médica psicoterapeuta de niños y familia. Docente de postgrado. Autora de varios libros. Miembro Grupo Familia AAPPG
--Te tengo dicho Ramona, que las niñas tienen el cabello delicado y que tenés que tener cuidado. Ellas no tienen crenchas duras como las tuyas.
--Mamáaaaaa,
--Ramona, ¿cuántas veces tengo que decirte que las niñas tienen la piel muy fina? No son como vos, que tenés como una costra de tanto andar pgnandí (descalza)
¡Cuán distinta se había imaginado Ramona que sería su vida! Nunca pensó que podrían existir niñas tan malcriadas.
Recordó aquel día, hace dos años, cuando ella tenía doce, que se presentó en su rancho una pareja muy caté (elegante) que le ofreció a sus padres llevársela para "criarla".
Al comienzo Ramona no entendía muy bien qué era eso de criarla. Ella, criada ya estaba. Si no que lo digan sus hermanitos a quienes cuidaba. Pero con el tiempo fue entendiendo lo que significaba.
La vamos a criar como a nuestras propias hijas, habían dicho los señores tan distinguidos. ¡Todo fue tan diferente! Ramona esto, Ramona aquello, se quejaban las niñas e invariablemente la madre la culpaba, sin preguntar siquiera qué había pasado.
Nunca una palabra de agradecimiento, todo estaba mal, a pesar de los esfuerzos que hacía para complacer a las caprichosas "niñas” y a su madre. Sabía que estaba mal, pero había llegado a odiarlas.
El único que la trataba bien y que tenía para con ella alguna palabra cariñosa, era el patrón. Quien además destacaba cuánto había crecido desde que estaba con ellos. Es que por una vez en su vida come como la gente, decía la patrona.
Ramona pensaba si era para eso, para ser "criada" que la habían llevado. A veces la patrona, cuando se refería a ella, decía "nuestra criada". Y la verdad es que había crecido y su cuerpo de niña se había transformado desde que estaba con la familia. Se miraba al espejo y se encontraba linda. A pesar de que
Transcurrían los días en esa mezcla de quejas y reproches de las tres mujeres. Pero Ramona había encontrado un momento para ella sola, desligada de las inaguantables "niñas" y su madre. Era el momento de la siesta. Las "niñas" debían dormir, aunque no quisieran, amenazadas con el Yasí-Yateré, el Sr. de la siesta, que rapta a los niños desobedientes y enamora a las jovencitas que se atreven a salir en ese horario.
Nunca lo había visto, pero había escuchado tantas veces su descripción que era como si lo hubiera visto: una persona rubia y barbuda, muy hermoso, que lleva un bastón dorado que brilla y encandila con el sol de la siesta y que cubre su cabeza con un sombrero de paja.
Ramona aprovechaba la hora de la siesta para ir hasta el maizal, tenderse sobre el colchón que forman las chalas, arrullada por el sonido de las hojas al moverse levemente con la suave brisa y mirar, hasta adormecerse, el juego de luces que produce el sol al iluminar las mazorcas meciéndose.
Al comienzo tenía cierto temor, pero luego se fue disipando y hasta deseó que el Yasí apareciera, así ocurriría algo diferente en su monótona existencia.
Así reflexionaba cuando lo vio, tal como lo describían, con su bello rostro, que muy bien no alcanzaba a distinguir, encandilada por el sol o quizás por su bastón de oro. Con sus cabellos y su barba color maíz, quitándose el sombrero y acercándose cada vez más. Sintió que sus manos la tomaban con suavidad y firmeza, que la acariciaban, mientras emitía el silbido estremecedor que le habían contado. Intentó escapar, pero comenzó a sentir extrañas y agradables sensaciones en todo su cuerpo, su corazón latía tan rápido como cuando bailaba la galopa, mientras él la apretaba cada vez con mayor fuerza. El maizal todo comenzó a girar alrededor, las mazorcas danzaban formando extrañas figuras, la brisa suave se había transformado en un aire abrasador, Ramona respiraba jadeante y se abandonó, ya sin resistencia, a las caricias del Yasí.
(*) Médica psicoterapeuta de niños y familia. Docente de postgrado. Autora de varios libros. Miembro Grupo Familia AAPPG
domingo, 15 de julio de 2012
miércoles, 4 de julio de 2012
MUJERES LIBRES Y CRÍMENES SOCIALES LILIANA MIZRAHI
LILIANA MIZRAHI
Yo tenía 17 años
Estaba en el último año del secundario y cursaba el ingreso
a la facultad de Filosofía y Letras, carrera de Psicología. Cursaba todas las
noches en el Nacional Buenos Aires.
Era una adolescente ingenua. No me acuerdo qué síntoma tenía
pero mi madre consideró necesario que vaya a ver a su propio ginecólogo, médico
de suma confianza, de mucho prestigio y un señor muy serio, por eso según ella,
podía ir sola y no era necesario acompañarme. Me mandó y fui. Yo no tenía ni
idea de qué se trataba. Era mi primera vez con un ginecólogo.
El señor ginecólogo se alegró mucho de verme sola. ¿Solita?
─me dijo─ y sonrió paternalmente. Supuestamente parecía interesado en mí.
Comenzó a preguntarme muchas cosas y otras que no venían al caso, pero para él
sí, por ejemplo: ¿sos virgen? ¿tenés novio? ¿él te toca? ¿hasta dónde…? y cosas
por el estilo que yo no sabía si debía contestar o no. Mi madre no me había
dicho nada de nada y menos de esas preguntas. Yo, en ese momento era una adolescente
muy inmadura. No era la que soy hoy. Era una nena inteligente, obediente,
sumisa y bloqueada. Creía en todos, menos en mí.
Me sentía tonta.
El señor doctor me pidió que me desnudara. Yo le dije que
era friolenta, me dijo que sólo la parte de abajo. Él sonrió complaciente y
paternal. Yo era una chica tonta. Me acosté en la camilla ginecológica, él me
ayudó, todo era muy paternal y a mí me parecía verdadero, yo tenía que creer,
¿cómo no iba a creer? Creer y obedecer.
A partir de estar en la camilla con las piernas abiertas por
primera vez así, comenzaron las caricias para relajarme, así las llamó él, en realidad
eran muchos toqueteos, manoseo frenético y otros gestos ambiguos que me
confundían bastante y que a él lo debían excitar. Estaba paralizada de miedo.
Nunca me habían revisado así. Era la primera vez y yo sin saber qué hacer. No
me atrevía ni a respirar.
Me dejaba hacer. Tenía que creer.
Lo mío no era
sospechar, era confiar, no iba yo tremenda tonta, a desconfiar de un profesor
de máxima confianza y prestigio, para mi mamá y mis tías.
Me refregó bastante con alguna crema antes de colocarme el
espéculo. Yo incómoda me la aguantaba. Siempre sobreadaptada y obediente.
Y una vez con el especulo de metal adentro, comenzó a refregarme
los genitales para excitarme, me dijo así el espéculo me iba a doler menos
porque me iba a relajar, eso decía el bastardo.
Yo estaba cada vez más tensa, más confusa y paralizada.
Desgraciado médico, pienso ahora. Me tocó todo lo que quiso, dándome explicaciones
médicas, técnicas de por qué lo hacía. Yo cada vez más confusa, más incómoda,
más sola sin saber qué hacer con mis ganas de huir.
Me extrajo flujo de la vagina e hizo unos frotis o
extendidos que me mostraba.
Yo con el espéculo, mientras él cada tanto seguía
manoseándome para que me relaje decía. Por fin, me sacó el maldito aparato. Y
me mandó a vestir.
Me pidió que ahora me
sacara la parte arriba. Me sentó frente a un microscopio para que yo viera mis
propios extendidos vaginales coloreados, mientras él me tocaba
las tetas y me explicaba acerca de los ciclos monofásicos,
que no entendí porque me erizaba la forma en que me manoseaba. Y yo quieta,
inmóvil, paralizada.
Tenía 17 años, cursaba Introducción a la Historia con el profesor Arocena
y estábamos leyendo Marc Bloch.
Quiero huir
… de ese consultorio, de ese médico, de esa sala llena de
mujeres esperando.
Cuando al fin vestida, el profesor-doctor-Hijo de
Putaginecólogo ya daba por terminada la visita, me invitó a que volviera al día
siguiente… me dijo que él iba a estar solo y entonces podría estudiarme con más
tiempo. Me pidió por favor que fuera, que la investigación sobre mis (falsas)
enfermedades iba muy bien. Me dijo
que al día siguiente me esperaría sin falta.
Estaríamos solos y tiempo. Yo sin palabras, sin decir nada,
me fui. Tan confudida estaba que dudé si tendría que volver o no. No me daba
cuenta de qué se trataba, no entendía, me costaba darme cuenta. Me costaba
creer que lo que había vivido era cierto. Me costaba creer. Estaba aturdida.
En la clase de historia no pude entender nada.
Al día siguiente no fui. No tenía con quién consultar, mi
madre estaba en Mar del Plata. No fui. Tuve miedo. Qué suerte.
Cuando mi mamá volvió se lo conté llorando, y no me creyó
nada, me dijo: “¡seguro que estás inventando!” que todo era mi imaginación.
Me retó y me dijo que
ella siempre me repetía que no inventara tanto, que al final mi imaginación me
iba a hacer mal, como ahora. “¡Siempre estás imaginando algo! ¡Al final te vas
a enfermar con tus propios inventos!”
Mi mamá desmintió mi versión y me quiso hacer creer que lo
que había pasado no había pasado, yo lo había imaginado todo, y yo sabía que
no.
Me dijo que no lo contara a nadie y de ninguna manera porque
era un médico excelente y con mucho nombre y que me olvidara de una buena vez
de todos esos inventos. No pasó nada, sentenció.
Nunca legitimó mi relato ni pudo sospechar del mèdico, pero
sí de mí.
Yo siempre supe que sí, algo había pasado. No sabía cómo se
llamaba lo que había vivido, era horrible. Sabía que estaba sola con esto.
No se lo podía contar a nadie. Se llama abuso. Ahora lo sé.
Abuso ginecológico.
Nunca lo pude olvidar, nunca. Olvidé el nombre del canalla,
la calle.
Médico abusador, pero podría llegar hasta la puerta
perfectamente.
El edificio está a una cuadra de Callao.
Hoy escribo esto, con el corazón latiendo a mil.
¿Para qué decirlo
ahora?
Para alentar y alertar a otras mujeres, porque a muchas ya
nos pasó
y sigue pasando lo mismo. Porque también es un problema
social mujeres libres
Y para incluir en un programa de educación sexual.
Entonces lo escribo para que las niñas, jóvenes y mujeres,
sepan que este tipo de abuso ginecológico existe y mucho más. Para que estén
atentas, para que el miedo no las paralice como a mí, para que sepan que no son
ellas las que están haciendo algo indebido sino los otros, para que no teman
levantar la voz para decir y denunciar,
para que no se dejen hacer cosas que no les gusten o las
lastimen, para que sepan que a veces las propias madres se equivocan y no quieren
ver lo obvio. Muchas veces no es bueno obedecer. Y… para no ir solas.
¿Para qué más escribo
esto?
Para decir que la ginecología y la obstetricia, son
especialidades donde se cometen abusos, atroccidades, ablaciones, mutilaciones
y perversiones de todos los tipos con las mujeres.
En otras especialidades también, pero Ginecología parece el
terreno ideal para el
“retorno de lo reprimido”, el feudo del patriarcado, donde
la misoginia, el machismo o el paternalismo se dan un banquete a costa nuestra.
¡Mami por fin lo dije!
Que lo sepan todos, qué me importa.
Mami, desde el cielo ¿me escuchás? No te enojes.
¡Por fin lo dije! ¿viste que era cierto? ¿me creés ahora?
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